Insomnio.

por holacmtas

Insomnio


Era tarde, de noche, cuando las horas no se sienten y el silencio estremece la tranquilidad que debería brindar. Un frío intenso entra por la habitación, recorriendo cada rincón de la misma, y con esto, cada centímetro de piel de Andrés.

Andrés era un hombre de 23 años, cuya vida era completamente normal para alguien de su edad: Salía a fiestas, conocidos por montones, amigos contados con una mano, de actitud socialmente aceptable, universitario, con una visión clara al futuro, y, lo que es más importante, compartía los mismos miedos y temores que la mayoría.

Andrés se levanta de su cama a causa del frío y del silencio abrumador que hay en su apartamento, lo que ocasiona unas inmensas ganas de ir al baño a la pobre alma padeciente de insomnio. Se levanta, busca sus sandalias con los pies y se abre camino hasta el baño. El pasillo hasta el sitio lo incomoda, porque, a pesar de ser su apartamento y vivir con su familia, no había nadie allí.

-Debieron salir a cenar -Pensó Andrés, sin darle mucha importancia al hecho de que no lo invitaran, puesto que fue él quien salió de su hogar hace dos días de parranda y no había dormido del todo bien.

Una vez hecho lo que tenía que hacer, se mira al espejo, como buscando la respuesta a su insomnio que obviamente no iba a encontrar. Un rostro cansado, con piel reseca y ojeras enormes es lo que consigue ver en su reflejo. Luego de esto, las inevitables ganas de ir al baño le provocan una sed inmensa y repentina, lo que obliga a Andrés a dirigirse a la nevera en busca de algo que tomar. Una vez más, se extraña del vacío que hay en el apartamento, y además de eso, de la oscuridad atrapante que hay desde el pasillo hasta la cocina, lo cual no es normal puesto que siempre están encendidas las luces.

-Las debieron apagar cuando salieron- Pensó nuevamente.

Retomando su búsqueda por algo de agua, fue prendiendo alguna que otra luz que lo guiaran hasta la jarra de agua que se encontraba en la pared de la nevera. Se sirve un vaso y bebe. Siente como el líquido baña lentamente su boca, y torpemente, moja sus labios también; pero algo extraño sucede: No puede tragar.

Aquel fluído, que debería ser simple agua, no puede pasar más allá de su garganta; es espeso, y poco a poco empieza a impregnar su paladar de un leve sabor a hierro. Es ahí cuando, con un poco de temor a lo que encontrase, Andrés observa el vaso de vidrio. Su miedo incrementa notablemente. La incomodidad que le causa lo que está viendo, hace que su cuerpo se ponga algo tenso y le erizen los pelos de la piel: En el recipiente no hay agua, hay sangre. Y no conforme con eso, el vidrio está roto; tiene grietas en la punta, con filo suficiente para destrozar, cortar y atravesar su piel. Temblando, sube la mano lentamente hasta su boca, sólo para confirmar lo que en los rincones más aterradores de su mente había sospechado: Tiene la boca desgarrada. Un trozo de labio le cuelga por el costado derecho de su quijada, con la piel bañada en sangre, gota a gota impregnando el piso de madera que está bajo sus pies.

La mente del jovén no puede aceptar todo lo que está viendo y sintiendo. Poco a poco se estremece del dolor en su boca y del miedo que le ocasiona la situación. Se siente paralizado, con los músculos tensos, la piel erizada y una gota de sudor frío que cae lentamente por el lado izquierdo de su frente; está a punto de colapsar. Es entonces cuando siente que el suelo se mueve en ondas, compórtandose como pequeñas olas en el mar que lentamente aumentan su tamaño y le hacen perder el equilibrio. Andrés mueve un pie hacia delante para recobrar la posición antes de caerse, pero se resbala con la sangre que cayó de su boca, antes de bañar también sus pies de aquel líquido espeso proveniente de su cuerpo. Cae hacia atrás bruscamente, pega la cabeza contra el tope de mármol de la cocina y escucha un ligero «crack» antes de caer desmayado en el suelo.


Parte 2: Pesadilla.